Podrá llover igual, podrá llover mejor, podrá llover más bonito, ¡pero llover tanto, tanto! es realmente difícil. Se inauguró la Feria Utiel Gastronómica el viernes día 17 de Octubre de 2008 a las 12,00 h en el marco climático de un día espléndido. Raro para estas fechas en nuestras tierras semi mesetarias de interior elevado, en fin, terrazas del Mediterráneo como me gusta llamarlas. Había ciertos nubarrones, altos, no excesivamente condensados o compactos, aunque no sean términos meteorológicos, que evitaban el sol de forma directa, lo velaban un poquito, aderezando la temperatura cual suave salsa que sin estridencias, acompaña la carne con sensatez, y sin restarle protagonismo. Una verdadera gozada. Había quién conocedor de ese tipo de puesta en escena climática del mes de Octubre, le producía palpitaciones, pues se oía decir entre la gente que acompañaba a la comitiva inauguradora: ¡qué estupendo día nos ha amanecido no parece que vaya a llover! Excelente y magnánimo viernes, festividad semanal de otras gentes de oriente. Transcurrió todo él, incluso ya con las primeras sombras del ocaso, sereno, templado, diría… que sedoso en su táctil caricia nocturna. Marcharon las gentes a la finalización de la primera jornada de Feria a casa, encantados de disponer de un futuro “de temperaturas” primoroso. Nadie sabía que a las 6,30h. de la mañana del viernes, los flojos de sueño, los noctámbulos, los trasnochadores, los de sanidad, los de los turnos, los que por la noche tienen los párpados con las cargas del mismo signo que un imán y se repelen, empezarían a oír caer el agua de forma estrepitosa, con ganas, con delirio, a lanzadas, con presión, con tración para ser Feria hombre, y aún cuando los primeros rayos de luz alumbraban el sábado, ese día esperado, el día del jolgorio, de las visitas de las gentes de alrededor, de Valencia, de nuestra comarca, de nuestros propios conciudadanos, el agua caía, caía, seguía impenitentemente cayendo, se deslizaba por entre las lonas de las carpas, como fino tobogán, mojaba las doradas hojas de los plataneros, dando brillo a su oro otoñal, hacía relucir los ladrillos y terrazos de la Alameda, mojaba los dobles de los vaqueros arrastrados ocultando tacones de aguja, seguía alterando los biorritmos de las gentes que éste 2008 han vendimiado por entregas como los culebrones, humedecía los cabellos de peluquería recién salidos de ellas, hacía resbalar más si cabe las vocales de los argentinos que pretendían asar carnes de la pampa en la feria como un contenido más y novedoso, porque el fuego con que pretendían hacerlo era más gaseoso grisáceo que rojo etéreo, en fin, duchaba a propios y extraños haciendo votar a bríos a los organizadores y hablar del tiempo nuevamente al resto, como si del tiempo no se hablase suficiente, desde que el tiempo dicen que es oro y hasta al ya perdedor capitalismo le quedan minutos en este 2008, para caer al precipicio. Un sábado de locura durante el que por la tarde a las 18,00h, en el centro de la Feria sobre una preciosa pérgola se iba a hacer pública entrega de los Oros Gastronómicos, premios que otorga cada año la feria a persona o entidades entregadas o volcadas con la misma. En ésta XIII edición tuve el honor de ser uno de los galardonados. Dijeron que por mi contribución personal a la creación de la I Utiel Gastronómica en 1996. Llovía y los aplausos de los contados asistentes sonaban con sordina, chapoteando con musicalidad átona de un lloroso jazz.
agua por doquier